La historia empieza mucho más allá en el tiempo que acá…
Hace 8 años y tres meses nacía Vicente. Yo mamá primeriza en un país al que había llegado hacía dos años, de vida muy puertas adentro. Trabajaba y vivía con Nicolás mi compañero en nuestra casa. Es muy difícil generar otros vínculos en esa situación otros que fueran de tribu… lejos de mi familia, de mis amigas-hermanas, me sentía un poco sola. Aunque Nico estaba, y la gran Ana que todavía no se había convertido en la “tía Ana” y tantas otras personas que este maravilloso país trajo consigo… no tenía mi raíz. Viaje mucho a Argentina, vinieron también, pero no era suficiente no conocía a nadie como yo hasta que conocí a Jenny, otra migrante con bebé llegada a estas tierras por amor que me dio una gran recomendación, me explicó cómo funcionaba el sistema de educación y contención de primera infancia en Uruguay y me recomendó que fuera a Borocoto, un CAIF, un centro de atención a la infancia y la familia, un jardín con condimentos, del sistema público.
Acá hago una mención aparte, yo resultado de la educación pública en argentina y orgullosa de eso, siempre tuve claro que quería que mis hijos tuvieran una educación pública también, que crecieran en la diversidad que ello implica.
Volviendo al relato, inscribimos a Vicente en Borocotó y luego de mucha insistencia entró en el programa de Experiencias oportunas y todo empezó a cambiar. Era un espacio de taller al que entró con un año. Una vez por semana lo llevábamos y compartíamos junto con otros núcleos familiares la experiencia de la crianza mientras ellos jugaban en un entorno maravilloso. Ahí aprendí no solo cosas relativas al desarrollo motor y emocional de mi hijo, sino también que no estaba sola y que mis experiencias no eran únicas, que no estábamos solos, ahí entendí y comenzó a gestarse mi tribu de crianza. Madres, padres, abuelos, abuelas, tías y tíos y cualquier persona del núcleo del bebé era bienvenido y empezamos a conocernos y a criar en conjunto. Este espacio me hizo crecer como mamá y como persona, me enseñó a esperar, a escuchar, y me rodeo de una contención y un amor superlativo.
Vicente arrancó luego inicial e hizo sus dos años y tres años alli, para luego pasar a un jardín y ahora a la escuela. Acompañado siempre él y nosotres de ese grupo humano maravilloso que se gestó en ese espacio y en el que confío y con el que cuento hasta el día de hoy.
Cuando Elena llegó no hubo ninguna duda Borocotó era el lugar también para ella, y arrancamos con pandémia mediante y mucho desafíos, el grupo humano de educadoras, maestras, de gestión y de la cocina, que tanto amamos, siempre estuvo ahí conteniendo.
Este año Elena está transitando su último año en Borocotó, nuestro último año en Borocotó, un espacio que ha sido clave para todes y otra vez más el amor, las experiencias, la contención.
La semana pasada fue con su grupo los Frutos del Monte a la chacra y tuve el honor y placer de acompañarlos y registrar toda la experiencia. Recolectaron flores aromáticas para luego hacer perfumes y cremas, jugaron con conejos y vieron alimentar a una chancha con sus tres chanchitos. Pero no fue hasta la despedida del lugar, que Paula su educadora, dijo que era la última vez que iban a la chacra con Borocoto, que me di cuenta de que una etapa que fue tan importante en nuestra vida familiar estaba llegando a su fin.
Nos queda armar la fiesta de egreso, que se va gestando entre núcleos de a poco, o un mural de fotos que estamos armando con Nico para que quede allí para futuras generaciones, el juego nuevo del patio… nos quedan experiencias aún que compartir con esa comunidad que tan bien nos hizo y me hizo a la que siempre estaré agradecida, por demostrarme en el hacer que la crianza es colectiva y en tribu.
Este camino con Ele y está nueva tribu, también en algunos casos continuación de la anterior, recién comienza y nuevos caminos se nos abren para seguir transitandolos como comunidad que somos.